jueves, 1 de octubre de 2015

El Servel y el significado de “Revolución Democrática”

Ya ha sido bastante difundida la noticia de que el Servicio Electoral chileno rechazó la inscripción de Revolución Democrática como partido político, ante lo cual este movimiento presentó un recurso, también rechazado. Así que ahora puedo compartir algunas reflexiones lingüísticas sobre el caso, dado que la base del rechazo del Servel fue de índole lingüística.

Cuando recién se conoció el reparo, Revolución Democrática me pidió elaborar un breve informe técnico en que expusiera mi opinión sobre el tema. Aunque no formo parte de este movimiento político, me pareció que el argumento del Servel era tan tirado de las mechas que valía la pena intervenir. El informe que ofrecí se sumó a otros de historiadores y sociólogos, y fue usado por Revolución Democrática para fundamentar el recurso.

En el reparo, fechado en agosto de 2015, el Servicio Electoral afirmaba que “procede reemplazar o modificar el nombre” de Revolución Democrática, por el motivo de que, de acuerdo con el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, la palabra revolución “en la mayoría de sus acepciones implican o dan a entender acciones contrarias al orden público y la paz social”.

Lo primero destacable (aunque no raro) es el fetichismo del diccionario que subyace al argumento del Servel: considera al Diccionario académico como una fuente de autoridad e incluso como guardián de la verdad acerca de las cosas del mundo, suposición que todos quienes hemos trabajado haciendo diccionarios, y en particular quienes hemos participado en la redacción del Diccionario de la Academia, sabemos que es sumamente discutible, resbalosa y hasta peligrosa.

Pero no me pareció momento de tratar de convencer a la institucionalidad (no solo la chilena) de cambiar sus viejas prácticas, porque pienso que incluso aceptando esta regla en el juego, y considerando válido lo que dice el Diccionario de la RAE, el argumento del Servel no es sostenible.

La palabra revolución, en la última edición publicada del Diccionario, la 23.ª, del año 2014, es definida de la siguiente manera y con las siguientes acepciones:

1. Acción y efecto de revolver o revolverse.
2. Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional.
3. Levantamiento o sublevación popular.
4. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.
5. Astron. Movimiento de un astro a lo largo de una órbita completa.
6. Geom. Rotación de una figura alrededor de un eje, que configura un sólido o una superficie.
7. Mec. Giro o vuelta que da una pieza sobre su eje.

En primer lugar, cabe hacer notar que las acepciones que efectivamente podrían prestarse a interpretación contraria al orden público son solo la 2 y la 3, lo cual no corresponde a la “la mayoría de sus acepciones”, como afirma el Servicio Electoral. Me da la impresión de que hubo una mirada intencionalmente selectiva. Por otra parte, quizá solo les faltó especificar que se referían a “la mayoría de sus acepciones RELEVANTES PARA EL CASO“; hay que conceder que las acepciones 5 a 7 no serían relevantes para lo que se discutía.

En segundo lugar, cabe observar que en la acepción 2 se usa el adverbio de frecuencia generalmente, en la aposición explicativa “generalmente violento”, que precisa una posible característica de ese “cambio profundo”. Por tanto, se deduce que este cambio profundo no es necesariamente violento. Es digno de destacar que esto fue un cambio de la última edición del diccionario: en la edición vigente hasta el año pasado decía “Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación”. Y el cambio de la nueva edición tenía consecuencias importantes. Nuevamente, sospecho que pueden haber intencionalmente seleccionado esa versión no vigente, que favorecía con fuerza su interpretación, aunque también puede haber sido un mero descuido.

En tercer lugar, y expongo ahora el argumento que considero de mayor peso, debe tenerse en cuenta que las palabras no tienen sentido aisladamente, sino en contexto, lingüístico y extralingüístico. El nombre reparado por el Servicio Electoral no consiste únicamente de la palabra revolución, sino que esta va acompañada por el adjetivo democrática, formando con ella una unidad indisoluble que funciona como nombre propio de un colectivo político. Según la Nueva gramática de la lengua española, de la Real Academia Española (para seguir jugando dentro de las reglas del fetichismo del cuerpo doctrinal “legal” de la lengua), democrática en este caso corresponde a un adjetivo restrictivo, es decir, que restringe la extensión del sustantivo. Es importante considerar, entonces, cuál es la restricción que impone el adjetivo democrática, respecto de la interpretación del sustantivo revolución en la unidad indisoluble Revolución Democrática.

La definición del adjetivo democrático que entrega el mismo Diccionario de la Real Academia Española dice: “Relativo o perteneciente a la democracia”, y democracia se define del siguiente modo:

1. Forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos.
2. País cuya forma de gobierno es una democracia.
3. Doctrina política según la cual la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder directamente o por medio de representantes.
4. Forma de sociedad que practica la igualdad de derechos individuales, con independencia de etnias, sexos, credos religiosos, etc. Vivir en democracia. U. t. en sent. fig.
5. Participación de todos los miembros de un grupo o de una asociación en la toma de decisiones. En esta comunidad de vecinos hay democracia.

No hay nada, en estas definiciones de democracia, ni en el uso habitual de esta palabra, que haga pensar en procesos violentos o contrarios a la paz o el orden público. Por el contrario, algunas de sus acepciones (específicamente la 4 y la 5) inclinan a una interpretación más bien favorable a la convivencia y la paz social.

En consecuencia, concluí en mi informe que el uso del adjetivo democrática para restringir el significado del sustantivo revolución inclina a interpretar este último preferentemente en un sentido que no resulta contrario al orden público o la paz. El significado unitario e indisoluble del nombre Revolución Democrática apunta más bien, según mi opinión, a un “cambio rápido y profundo en las estructuras políticas logrado mediante procedimientos democráticos”.

Como casos análogos, piénsese en cuando se habla de revoluciones científicas o de descubrimientos revolucionarios, en donde nadie pensaría que se trata de actos que implican violencia física o sicológica, o alteración del orden público ni de la paz. Esto sucede porque revolución no tiene un significado unívoco preexistente, sino que contiene una serie de posibilidades de significación que quedan determinadas por los adjetivos de que vaya acompañado dicho sustantivo.

Pero el Servel hizo oídos sordos a los argumentos presentados por un grupo de especialistas. Esa es nuestra institucionalidad.

domingo, 26 de julio de 2015

Onda Vital: doblajes, traducciones y variedades del español



En las actitudes lingüísticas de los chilenos hispanohablantes, lo común es encontrar una percepción negativa del dialecto propio y, por el contrario, una percepción positiva de variedades que se asemejan a una norma lingüística ideal marcada por los códigos de las Academias de la Lengua y por el modelo idiomático políticamente predominante durante gran parte de nuestra historia colonial e independiente. Entre estas variedades consideradas más "correctas", sobresalen el habla de España, la de Perú y la de Colombia (estereotipadas, claro, a partir del habla de sus capitales), todas de consonantismo conservador (por ejemplo, conservan la ese en posición final de sílaba).

Sin embargo, los datos sobre actitudes en Santiago de Chile que recogió mi equipo en el 2010 mostraban un punto específico en que esta tendencia se invertía: el lenguaje usado en los medios de comunicación (ver páginas 171-173 de este artículo). Para la radio, televisión y publicidad, los entrevistados preferían de forma abrumadora el dialecto local (poco menos del 60 %), aunque varios también mencionaban preferir el habla de España. En los doblajes de películas, el dialecto chileno también ocupaba el primer lugar, seguido por México. Acá, en todo caso, en las entrevistas me daba la impresión de que cuando mencionaban preferir el doblaje chileno se referían al llamado "doblaje latino", que consideraban "chileno" por ser el difundido en este país.

Pues bien, en algunos sitios de internet creados en Chile y visitados mayormente por chilenos (como Jaidefinichon) puede verse una tendencia similar manifestada en una serie de memes que reflejan estas actitudes lingüísticas. Lo más común es encontrar imágenes como las siguientes, que muestra la visión general negativa del dialecto chileno, en comparación con otras variedades de la lengua española:




Pero cuando se trata de los doblajes de películas, España se convierte en objeto de burla, por sus aparentemente descabelladas opciones de traducción.

Las más emblemática, al parecer es la "Onda Vital", traducción del Kame Hame Ha, movimiento de combate utilizado por personajes del manga y anime Dragon Ball, que en el doblaje latinoamericano se mantuvo como en el original japonés. Así, lo que al dialecto chileno y otros de Hispanoamérica son los modismos u otros rasgos dialectales, al dialecto de España son esta y otras traducciones (como "Lobezno", traducción de Wolverine, personaje de los cómics de Marvel, o "Don Pepe y los Globos", traducción del videojuego Bomberman):





En fin: estos datos (mucho más divertidos) confirman el patrón de lo que encontramos en esa investigación anterior.

lunes, 6 de abril de 2015

Diccionarios y Academia en Chile (final): por una redefinición de la lexicografía chilena


En las dos partes anteriores (acá y acá) mostré la historia de la relación entre diccionarios y Academia Chilena de la Lengua. En resumen: hasta hoy los diccionarios de la Academia Chilena siguen perpetuando la mirada “diferencial”, lo que me parece impropio de una lexicografía moderna. Ahora presentaré algunas ideas acerca de cómo en el futuro podría superarse este escollo desde el seno mismo de la Academia. No son ideas tan originales, pues hace tiempo varios (que mencionaré) han venido defendiendo una renovación de la lexicografía hispanoamericana en general. También esto lo hemos conversado mucho y desde hace tiempo con colegas chilenos como Andrés Gallardo y Felipe Alliende, en la Comisión de Lexicografía de la Academia Chilena.

Hace ya varias décadas, el lingüista y lexicógrafo mexicano Luis Fernando Lara (de quien es la frase "Por una redefinición de la lexicografía hispánica" que he parafraseado en el título de esta entrada) rompió una primera lanza por superar la perspectiva diferencial en la lexicografía hispanoamericana, y por emprender proyectos de diccionarios integrales, es decir, que registraran el léxico de una comunidad sin importar si determinado vocablo es o no usado en otras partes. Su perspectiva es interna, no externa. El monumental Diccionario del español de México dirigido por Lara, comenzado en 1972 y culminado el 2012, es el resultado de una aplicación concreta de dicho cambio de perspectiva. Otro ejemplo es el Diccionario integral del español de la Argentina, coordinado por Federico Plager, del 2008. También podría incluirse en esta categoría la obra de Manuel Seco y compañía, que, pese a que su título dice que es “de la lengua española”, en realidad es un diccionario del español de España. Y estos son cuantos ejemplos pueden darse: los diccionarios integrales de variedades del español son una absoluta minoría en comparación con los diferenciales.

La crítica de Luis Fernando Lara a la lexicografía diferencial (que puede leerse acá) no se fundamenta solo en el hecho incuestionable de que un diccionario diferencial presenta una imagen incompleta, distorsionada y mutilada (también poco útil) del léxico realmente usado por una comunidad, sino también en la idea de que el diccionario es un producto que tiene connotaciones políticas y culturales, cuyos valores simbólicos le otorgan una dimensión ideológica que no puede ser pasada por alto.

En términos de pura metodología descriptiva general, hacer diccionarios integrales de las comunidades hispanohablantes parece condición necesaria para, si se desea, determinar luego cuáles son las particularidades de cada una de ellas. Para comparar, como es obvio, hay que tener una base de comparación apropiada. Mejor aún, una colección de diccionarios integrales permitiría saber con mayor certeza cuál es realmente el léxico general y compartido por todos los que hablan español. Pero incluso un diccionario integral aislado tiene un gran valor descriptivo, pues presenta una imagen relativamente completa y realista del léxico de una comunidad. Un diccionario diferencial, en cambio, en palabras del mexicano Raúl Ávila, “no sirve para hablar, no es autosuficiente”.

En cuanto a la dimensión ideológica y política, al hacer un diccionario diferencial se contribuye a perpetuar una cierta representación social acerca de la lengua, mientras que, si hacemos un diccionario integral, la representación social que contribuimos a formar es otra. El lingüista alemán Klaus Zimmermann ha tildado de “eurocéntrica” la actitud subyacente a la mayor parte de la lexicografía diferencial americana, pues “el interés unilateral de querer presentar en forma de diccionario sólo los hechos específicos [de las hablas americanas], demuestra […] desde el punto de vista ideológico, cierta mentalidad colonizada de dependencia de los lingüistas hispanoamericanos”.

En el escenario político-lingüístico e ideológico actual, en que el valor de la diversidad y el reconocimiento del pluricentrismo como condición fundamental de las comunidades hispanohablantes han penetrado incluso en la política lingüística de las Academias, los diccionarios diferenciales parecen un remanente del pasado. El español hoy es una lengua pluricéntrica porque tiene varios focos de normatividad, ninguno de ellos subordinado a otro. Por ejemplo, lo que es socialmente válido en el uso chileno de la lengua española se define de acuerdo con normas, tácitas o explícitas, que tienen carácter interno, es decir, que se aplican con independencia de lo que sea socialmente válido en España o en el Río de la Plata.

El pluricentrismo de la lengua española exige diccionarios integrales. No puede llegar a conocerse la “unidad en la diversidad” de nuestro idioma sino a través de este tipo de instrumentos. Además, constituyen un gesto político de reconocimiento de la identidad y la legitimidad que cada variedad nacional o regional tiene dentro de su propio contexto, sin que estas características le sean impuestas en comparación con otras variedades.

Eso sí, elaborar un diccionario integral es un trabajo de envergadura mayor. El diccionario mexicano dirigido por Lara tomó casi cuatro décadas de trabajo; el de los españoles Seco y compañía, cerca de tres. Además de demandar mucho tiempo, es un proyecto que demanda recursos, por lo que probablemente no se pueda realizar sin un apoyo económico sostenido del Estado (como sucedió en México) y también, de manera complementaria, de privados.

Pero creo que asumir de modo serio una política lingüística moderna obliga a emprender un proyecto como este. La Academia Chilena de la Lengua está en estos momentos dando un paso importante en esa dirección con su Diccionario fraseológico de uso del español de Chile, título que esta vez sí describe mejor sus contenidos. Se trata de un diccionario que recoge unidades fraseológicas usadas en Chile sin importar si son diferenciales o no, es decir, un diccionario integral.

Un proyecto de diccionario integral tiene otras aristas que exigen una planificación cuidadosa. Primero, el caso mexicano nos ha mostrado que un diccionario integral requiere partir de un corpus textual representativo de la variedad que se pretende describir. La Asociación de Academias cuenta con la experiencia del CREA y el CORDE, así como con el proyecto en marcha del Corpus del Español del Siglo XXI (CORPES). Quizá valga la pena que la Academia Chilena cree su propio corpus informático, el que no solo serviría para hacer un diccionario, sino también para resolver con fundamentos solventes cualquier duda respecto de cómo es efectivamente el uso de la lengua española en Chile (en cuestiones ortográficas, gramaticales, etc.). Sería ideal también que, para este propósito, la Academia refuerce sus vínculos con las universidades chilenas, que es donde se cultiva con fuerza la lingüística de corpus en estos momentos.

Segundo, la lexicografía de hoy está reconociendo cada vez con mayor fuerza que en el futuro cercano los diccionarios serán mayoritariamente electrónicos. La lexicografía inglesa es un buen ejemplo de ello: el diccionario de Oxford ya fue traspasado completamente al formato digital en el 2000, y su director ejecutivo ya ha declarado que la tercera edición (que se estima saldrá el 2037) probablemente nunca se imprima. Será un diccionario exclusivamente electrónico. En el simposio “El futuro de los diccionarios en la era digital”, que se realizó en noviembre pasado, la RAE convocó a especialistas de muchos países con el fin de discutir cuestiones teóricas y metodológicas acerca de la aplicación de la lexicografía electrónica al Diccionario de la lengua española en el futuro. La lexicografía académica hispánica, entonces, parece que también se sumará, más tarde que temprano, a esta tendencia.

Cuando digo diccionario electrónico, no me refiero solo a un diccionario en soporte tradicional elaborado con una herramienta informática y que luego además es puesto en línea o comercializado en formatos digitales (como es hasta ahora el Diccionario de la RAE), sino a un proyecto que parte de una concepción completamente distinta de qué es un diccionario. Este se concibe ahora más bien como una base de datos léxicos que luego puede generar distintos tipos de diccionarios, de acuerdo con las necesidades específicas de cada tipo de lector (estudiantes, traductores, etc.). Un diccionario electrónico, por lo demás, ofrece ventajas tanto para los lexicógrafos como para los usuarios. Por ejemplo, se eliminan, o al menos se mitigan notablemente las limitaciones que impone el formato del papel. No solo en cuanto a espacio disponible, sino también en cuanto a la manera en que el usuario accede a la información, así como en cuanto a los tipos de información que puede consultar. Además, el proceso de actualización del diccionario gana mucho en dinamismo y flexibilidad: ya no hay justificación para que el diccionario quede desfasado en lustros o décadas respecto del uso (siempre dinámico), ya que la revisión y corrección puede hacerse de manera parcial e inmediata.

En conclusión, pienso que hay razones de peso para plantear un proyecto de diccionario integral del español de Chile en el seno de la Academia Chilena de la Lengua. Un diccionario moderno, que, además de todos los méritos de un proyecto anterior como el DUECh (actitud descriptiva, uso de ejemplos auténticos, etc.), supere la perspectiva diferencial, en congruencia con el reconocimiento del pluricentrismo del idioma español; que parta de un corpus textual informático, realmente representativo de la variedad que describirá; y que aproveche las ventajas que suponen las nuevas tecnologías tanto para el usuario como para el lexicógrafo. Lo mejor sería que no tuviera que enfrentar sola este desafío, sino que pudiera contar con la colaboración de universidades y otras instituciones científicas, así como con un apoyo duradero del Estado chileno.

Parece un desafío desalentador; veámoslo más bien como una oportunidad para la reparación de lo que hasta ahora se ha hecho no suficientemente bien.


martes, 31 de marzo de 2015

Diccionarios y Academia en Chile (segunda parte)

En este posteo (acá se puede ver el anterior) continúo la revisión histórica de la relación entre diccionarios y Academia en el contexto hispanohablante chileno. Adelanto que estoy preparando el terreno para llamar la atención sobre la necesidad de que la lexicografía académica chilena se renueve, a lo cual me dedicaré en la tercera (próxima y última) parte.

Los primeros diccionarios del español de Chile han sido bien descritos por Alfredo Matus en su propuesta de periodización de la lexicografía chilena, publicada en 1994. Los diccionarios de Zorobabel Rodríguez y Camilo Ortúzar reflejan muy bien lo que Matus llama el carácter “precientífico” del primer periodo, determinado principalmente por la actitud normativa y la autoría individual, junto con la condición complementaria respecto del diccionario de la Real Academia Española. Recién en Voces usadas en Chile de Aníbal Echeverría y Reyes, de 1900, asoman los primeros indicios de una actitud un poco más descriptiva y de interés genuinamente científico por las peculiaridades del habla local, aunque sin dejar de concentrarse exclusivamente en lo que diferencia a Chile del modelo castellano codificado en el diccionario de la RAE. Echeverría y Reyes no dejó de hacer valoraciones normativas respecto del léxico chileno. El descriptivismo incipiente de Echeverría y Reyes se explica en buena medida por la influencia intelectual de Rodolfo Lenz, el filólogo alemán llegado a Chile en la última década del XIX (en este artículo estudio un poco más la relación entre Echeverría y Lenz, a través de las cartas que el primero le envió al segundo).
Lenz y Federico Hanssen fueron los introductores de la lingüística científica en Chile. Lenz, quien en 1924 sería elegido miembro honorario de la Academia Chilena de la Lengua (en reemplazo del difunto Hanssen), manifestó públicamente su extrañeza ante el uso que se daba a los diccionarios en Chile, y en general en el mundo hispanohablante:

Es un hecho curioso que en Alemania nunca había visto que un hombre culto, a no ser que fuera un filólogo germanista, consultara un diccionario de la lengua alemana. Existen varios, aun muy grandes, pero no son obras populares. Me chocó, por consiguiente, cuando al llegar a Chile veía que en la oficina del Instituto pedagógico había un Diccionario de la lengua castellana, naturalmente de la Real academia, que era consultado con frecuencia por los empleados y los profesores chilenos. ¿Qué buscaban ahí? A veces no era más que la correcta ortografía; pero otras veces se trataba de discusiones sobre la cuestión de si tal palabra era buena, castiza, o si era un «vicio de lenguaje», porque no aparecía en el Diccionario oficial. La única razón plausible para consultar un diccionario de la lengua patria, según mi opinión, sería que en la lectura de algún libro, sea novela u obra científica de cualquier especie, se encontrase una palabra cuyo significado no se comprenda bien. (Problemas del diccionario castellano en América, 1926, pág.  9)

Lenz, además de redactar su Diccionario etimológico de las voces chilenas derivadas de lenguasindígenas, también impulsó la idea de emprender el capítulo chileno de un proyecto de Diccionario del habla popular que se desarrollaba entonces (por la década de 1920) bajo la dirección del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires. La idea de Lenz (el Diccionario del habla popular chilena), lamentablemente, nunca llegó a concretarse.
El filólogo alemán, en cualquier caso, fue un pájaro raro en el medio chileno de la época. Durante la primera mitad del siglo XX, seguirían proliferando los diccionarios diferenciales y de orientación normativa, y la Academia Chilena, de forma institucional o, preferentemente, a través de sus individuos, seguiría concentrada en colaborar con el diccionario que se redactaba desde Madrid. El muchas veces editado Diccionario de la lengua castellana de Rodolfo Oroz, publicado por primera vez en la década de 1940, podría considerarse el primer diccionario integral hecho en Chile, pero en realidad es una especie de copia mecánica del diccionario de la RAE con la adición de muchos chilenismos y americanismos. No subyace a esta obra una reflexión teórica ni una metodología que permita asemejarlo a diccionarios integrales como los que se desarrollarían mucho más tarde en otros países.
Tan solo en 1978 la Academia Chilena publicó su primer diccionario institucional, el Diccionario del habla chilena. Alfredo Matus incluye esta obra en el periodo de transición de la lexicografía chilena, pues tiene varias diferencias importantes respecto de los diccionarios anteriores: el foco se desplaza desde la prescripción a la descripción; la autoría es colectiva y no individual; el equipo de trabajo es integrado, en parte, por profesionales del estudio científico del lenguaje. Nuevamente, sin embargo, nos encontramos con un diccionario que tiene como principal objetivo recoger léxico chileno que no se encuentra registrado en el diccionario de la RAE.
Desde fines de la década de 1990, la Academia Chilena emprendió un nuevo proyecto lexicográfico, el Diccionario de uso del español de Chile (DUECh), cuya versión final se publicaría el 2010, con ocasión de la celebración del Bicentenario, y en el cual tuve la oportunidad de trabajar coordinando el equipo de lexicógrafos. Este diccionario puede ser incluido dentro de la etapa científica de la lexicografía chilena, según la periodización de Alfredo Matus. Es el primer diccionario de la Academia Chilena de la Lengua que, además de adoptar una postura descriptiva y de tener autoría colectiva, parte de una teoría y metodología lexicográficas renovadas y acordes con los desarrollos que la disciplina había experimentado durante las últimas tres décadas del siglo XX. Cabe destacar, sin embargo, que en Chile el Diccionario ejemplificado de chilenismos, de Félix Morales Pettorino y su equipo (cuyos primeros tomos son de la década de 1980), tiene el mérito de haber sido el primer ejemplo de esta nueva manera de hacer diccionarios, el primer diccionario científico del español de Chile.
No obstante, tanto el DUECh de la Academia Chilena de la Lengua como el diccionario de Morales Pettorino continúan la tendencia diferencial que ha caracterizado a la lexicografía chilena desde sus inicios en el siglo XIX. Morales Pettorino sigue usando como parámetro de contrastividad el diccionario de la Real Academia Española; el DUECh añade a este el Diccionario del español actual de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, junto con los corpus académicos CREA y CORDE, y buscadores informáticos como Google. Sigue subyacente la suposición de que lo interesante del español de Chile es lo que lo diferencia respecto del léxico general “panhispánico”. En el caso del DUECh, si se ponen lado a lado el título (Diccionario de uso del español de Chile) y la naturaleza exclusivamente diferencial del léxico incluido, podría desencadenarse una desafortunada implicatura: que el léxico del español de Chile se reduce a lo que tiene de distinto respecto del léxico general.
En el próximo posteo, argumentaré que esto, según mi parecer (en el que sigo a otros, claro), no le hace justicia a lo que exige una lexicografía moderna. Veremos, entonces, por qué es necesario superar la perspectiva diferencial predominante en la lexicografía chilena, y qué podría hacerse en el futuro en el seno de la Academia.
[Continuará...]

martes, 24 de marzo de 2015

Diccionarios y Academia en Chile (primera parte)

En el marco del proyecto de investigación que acabo de comenzar (FONDECYT Regular 1150127 "Ideas lingüísticas en los debates sobre léxico y ortografía en Chile (1875-1927)"), dos temas van a ser recurrentes, por su importancia en la formación o reproducción de las ideas lingüísticas en el medio cultural chileno de la época: los diccionarios y la Academia Chilena de la Lengua.

Ambos son y han sido vectores de representaciones sociales específicas acerca de la lengua española, representaciones vinculadas a los intereses particulares o institucionales de sus autores (en el caso de los diccionarios) o integrantes (en el caso de la academia), que muchas veces eran los mismos sujetos. A diferencia de lo ocurrido con la creación de la Real Academia Española en 1713, cuando se fundó la Academia Chilena de la Lengua, en 1885, no hubo iniciativas de asumir como tarea corporativa la elaboración de un diccionario propio. La mayoría de los diccionarios americanos de esa época eran escritos por individuos, no por instituciones.

Un buen ejemplo es el Diccionario de chilenismos de Zorobabel Rodríguez, de 1875. Rodríguez se contaba entre los miembros fundadores de la Academia Chilena y en el momento en que se crea esta institución, dicha obra ya gozaba de amplia fama. El diccionario de Rodríguez, igualmente, ilustra perfectamente el hecho de que la lexicografía americana de la época era normalmente subsidiaria de la lexicografía académica madrileña. La finalidad típica de un diccionario americano del XIX era contribuir directa o indirectamente al perfeccionamiento del diccionario “oficial” (el de la RAE), y así lo asumió la mayoría de los primeros académicos americanos.

También los académicos españoles asignaban este propósito (entre otros) a la fundación de academias correspondientes americanas. En una comunicación confidencial dirigida al director de la Real Academia Española (y conservada hasta hoy en el archivo de esta institución), fechada el 8 de julio de 1885, el Ministro Residente en Chile informa sobre la segunda sesión de la Academia Chilena y señala:

También se trató en dicha sesión de los trabajos a que próximamente debería dedicarse la nueva Academia, indicándose como preferente el dar a conocer a la Corporación Española los modismos y frases usados en Chile, valiéndose al efecto del Diccionario de Chilenismos, de que es autor Don Zorobabel Rodríguez.

Andrés Bello, el primer correspondiente en Chile de la Real Academia Española, tampoco se había propuesto hacer un diccionario, sino que, además de sus conocidos trabajos gramaticales  y literarios, más bien se dedicó a la crítica lexicográfica (como puede verse en este trabajo de Francisco J. Pérez). Bello destinó sus esfuerzos sobre todo a hacer sugerencias para el mejoramiento de los grandes diccionarios normativos de la lengua española, fueran institucionales (Real Academia Española) o de autor (Rafael M. Baralt), así como también de repertorios lexicográficos locales, tales como las Correcciones lexigráficas de Valentín Gormaz, de 1860.

En la crítica de Bello a Gormaz puede verse su “horizonte de expectativas” respecto de la lexicografía hispanoamericana, es decir, qué función pensaba que debía cumplir un diccionario local. Esta función, para Bello, era la de identificar y criticar las “voces y frases impropias de que está plagado entre nosotros el castellano”. Por otra parte, Bello asignaba al diccionario de la RAE la función de describir y determinar el “buen uso” (sus críticas se dirigían precisamente al cumplimiento ineficiente de esta función).

En 1866, casi dos décadas antes de la fundación de la Academia Chilena, Ramón Sotomayor Valdés, quien más tarde sería también miembro de esta institución, había hecho una propuesta lexicográfica de envergadura en su discurso de ingreso a la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile.

Varios aspectos de las ideas de Sotomayor (que analizo con más detalle acá) anuncian el clima de opinión en que se fundará años más tarde la Academia Chilena. Sotomayor, en primer lugar, creía que la agencia del cultivo del idioma en Hispanoamérica debía estar en manos de los locales, o al menos estos debían también participar activamente, pues los extranjeros (se refiere a los españoles) habitualmente “ni siquiera se han rozado con nuestras sociedades” y, en consecuencia, no son capaces de “fijar el sentido jenuino de muchos vocablos, i de comprobar su uso autorizado” en el ámbito americano, ni tampoco de “colectar todas las voces verdaderamente usuales i dignas de figurar en el diccionario de una nación”.

En segundo lugar, Sotomayor defendía que la planificación lingüística no podía hacerse a título individual, sino que debía ser una tarea institucional, realizada a través de “cuerpos colejiados que son el resúmen i la síntesis del progreso intelectual de nuestras sociedades”. La concreción de esta participación americana e institucional en la planificación lingüística, propone Sotomayor, debe hacerse a través de la formación de un diccionario hispanoamericano, un “principio de autoridad” que presente “en un cuerpo ordenado i fácil de consultar ese enjambre de voces que, como abejas sin colmena, vagan a la aventura i a merced del capricho de las circunstancias”.

A pesar de que Sotomayor parece hacer un gesto reivindicativo del protagonismo americano en los destinos de la lengua, de cualquier modo concibe este “diccionario hispanoamericano” como un complemento del diccionario de la RAE. Sin embargo, debe destacarse que, según puede inferirse (pues Sotomayor no entra en detalles), este diccionario no sería una obra “diferencial”, dedicada a denunciar solo los “errores y vicios” idiomáticos de los americanos, sino algo más parecido a un diccionario “integral”, que describiría la lengua española tal como era usada por los cultos de América, en su integridad (siguiendo el modelo de Noah Webster en los Estados Unidos). Tarea ingente, sin duda, que probablemente por lo mismo quedó en un mero proyecto.

[Continuará...]