martes, 30 de diciembre de 2014

Larraínes y Canales al micrófono

El Mercurio de Santiago informó este 24 de diciembre (C7) acerca de la absolución de Martín Larraín. La noticia incluye el siguiente recuadro, en que citan palabras de representantes de las familias de las partes:


Es notable la disparidad al momento de reproducir rasgos de oralidad de los entrevistados.

En el tercer párrafo de la columna correspondiente a Juana Canales, aparece "curao" con expresión gráfica del debilitamiento extremo de la /d/. En las palabras de Carlos Larraín, en cambio, no se refleja igualmente el debilitamiento de /d/ en "pasado" o en "afortunadamente", a pesar de que podemos suponer que dicho debilitamiento ocurre siempre en su habla (es cosa de ver cualquier entrevista a Larraín en Youtube).

Por otra parte, en la misma frase de Canales aparece un rasgo no estándar muy evidente. Las gramáticas normativas del español dicen que si la frase principal tiene el verbo en condicional (habría), la frase subordinada tiene que llevarlo en imperfecto de subjuntivo (hubiera). Juana Canales, en cambio, usa ambos verbos en condicional.

Independientemente de que la señora Canales hable así (lo cual no tiene nada de malo), el grado en que un medio conserva fidelidad a las palabras de los entrevistados pasa por una decisión editorial (que solo en parte tiene que ver con el "manual de estilo" del medio). En este caso, una "corrección de estilo" no habría alterado el contenido de las palabras de la entrevistada, así que habría sido posible. El que El Mercurio no lo haya hecho es lo que me llama la atención.

Puedo estarle poniendo color, pero sospecho un ánimo de dibujar una imagen valorativamente cargada de los Canales: mientras que Larraín habla "normal", Canales habla "raro", y al presentarlos así se activan las connotaciones que tiene la divergencia respecto del estándar en las ideas lingüísticas populares (hablar "mal" o "raro" es signo de incultura, estupidez, inmoralidad, etc.).

No me extrañaría que El Mercurio haya querido aprovechar esas connotaciones para sugerir muy sutilmente a los lectores una imagen negativa de los Canales y favorable de los Larraín.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Nicolás Palacios y la lengua de la "raza chilena"

Hace algún tiempo vengo estudiando las ideas acerca del lenguaje que los intelectuales locales del siglo XIX tenían acerca del español chileno, suponiendo que permiten entender mejor, entre otras cosas, por qué hoy tenemos una autoestima lingüística tan baja (véase acá y acá, por ejemplo).

En resumen, he encontrado que casi todos los miembros de la élite intelectual censuraban los dialectalismos chilenos, por atentar contra una deseada unidad y uniformidad erigida sobre un modelo exógeno (algunos detalles se pueden ver aquí, aquí, y aquí). Esta actitud negativa, autoflagelante, hacia nuestra propia forma de hablar es un claro antecedente de la que circula como discurso público o como "sentido común" hoy.

De muestra un botón. Zorobabel Rodríguez, en 1875, decía que "la incorrección con que en Chile se habla y escribe la lengua española es un mal tan generalmente reconocido como justamente deplorado", lo cual suena bastante parecido a algunas declaraciones que se leen casi un siglo y medio después en El Mercurio de Santiago:




Casi todos pensaban así, digo, porque en el cambio de siglo me encontré con la figura excepcional de Nicolás Palacios. Excepcional por extravagante, en realidad, porque muchos de sus contemporáneos calificaron de absurda la tesis racial que propuso para la cultura chilena (bien analizada en este artículo por Bernardo Subercaseaux).

Me interesó Palacios porque dedica un capítulo bien largo de su libro Raza Chilena, publicado por primera vez en 1904. al tema del lenguaje. En resumen, Palacios dice que el dialecto chileno (con sus pérdidas de consonantes y todo lo que sabemos) es manifestación auténtica y legítima de la sicología de la raza chilena.

Lo más destacable es que Palacios, en abierta oposición a gran parte de sus contemporáneos aficionados al estudio del lenguaje, muestra una actitud positiva hacia el dialecto chileno, calificándolo de "dialeuto lijítimo".

Palacios dice que la raza chilena es mezcla de sangre "goda" (visigoda, que habría llegado a través de los conquistadores españoles) y mapuche, ambas razas de sicología patriarcal, sicología que, en el lenguaje, se manifiestaría a través de la primacía del fondo/contenido por sobre la superficie/adornos superfluos. Por eso es que el chileno "se come" las consonantes: por la tendencia sicológica de la raza.

También dice que el dialecto castellano medieval habría sido un romance fuertemente "goticizado", es decir un latín transformado por la sicología y por la fisiología de los visigodos que lo aprendieron como L2. Palacios dice, entre otras cosas, que una palabra como "agua" no viene del latín sino que de un gótico "ahwa". En cambio, el castellano literario sería una forma "feminizada", despojada de su virilidad original por la influencia de la sicología matriarcal. El habla de los conquistadores españoles llegados a Chile habría representado la vertiente castellana "auténtica", la germanizada.

Por atavismo lingüístico que se remonta a los visigodos, entonces, la raza chilena tendría su propia forma de hablar, legítima por ser expresión de la identidad de la nación, y privativa de ella, además ("una lengua / una raza / una nación"). Lo curioso es que Palacios niega influencia alguna del mapudungu (descarta la hipótesis araucanista de Lenz, ya conocida en esos años).

Las ideas lingüísticas etnonacionalistas de Palacios fueron duramente criticadas por Unamuno, entre otros, y no fueron tomadas en serio por quienes se dedicaban al estudio del lenguaje por esos años. Pero todavía está por ver si tuvieron alguna repercusión, por ejemplo, en el movimiento literario criollista de las primeras décadas del siglo XX. Ya en la segunda mitad del siglo, Miguel Serrano a veces cita a Palacios, así que no sería de extrañar que ideas como las de este autor hayan pervivido en círculos nacionalistas.

(Por si a alguien le interesa, he desarrollado en extenso el análisis del pensamiento lingüístico de Palacios en un artículo que acaba de aparecer en el número 24.2 (2014) de la revista Beiträge zur Geschichte der Sprachwissenschaft.)

martes, 16 de diciembre de 2014

Otra vuelta sobre ileal y chispeza: las actitudes

En fechas relativamente recientes, dos futbolistas chilenos concitaron atención pública por sendas innovaciones léxicas: Francisco Huaiquipán en 2012 por ileal y Gary Medel en 2014 por chispeza.

Las innovaciones léxicas / neologismos han estado siempre bajo escrutinio normativo en la tradición hispánica. Para ser "aceptados", se les exige cumplir con dos condiciones: estar bien formados (de acuerdo con ciertas reglas de formación de palabras) y satisfacer una necesidad denominativa (es decir, que no haya ya en la tradición una palabra para referirse a lo mismo, sobre el supuesto de que sería mucho derroche). Se puede estar de acuerdo o no con estos criterios defendidos "desde arriba" por instituciones como las academias de la lengua; de todos modos, muchas innovaciones han triunfado en el uso a pesar de no cumplirlos.

Si tuviera que apostar por la supervivencia de uno de los dos neologismos anteriores, pondría mis fichas a chispeza y no a ileal. Y la razón no tiene que ver con los criterios que señalé.

En cuanto al primer criterio, ambas palabras están bien formadas. Como ha argüido Ricardo Martínez, ileal sigue el procedimiento habitual de derivación a partir de un adjetivo, leal, mediante la adición de un prefijo, i(n)-. En cuanto a chispeza, Tercera Cultura señaló que sigue el mismo procedimiento que bajeza, belleza, etc. Si fuera así, sería un caso extremadamente raro porque -eza suele añadirse a adjetivos (como bajo o bello) y no a sustantivos (como chispa; a menos que chispa tenga un uso como adjetivo, que no conozco). Prefiero creer que es un portmanteau hecho a partir de chispa y viveza (sobre todo porque su significado parece inclinarse más bien hacia este último término).

Lo de la necesidad denominativa es más complicado de resolver. Para ileal, ya está desleal, pero ¿eran lo mismo, para Huaiquipán? Y para chispeza, bueno, habría que determinar qué quiso decir exactamente Medel: ¿lo mismo que viveza, o viveza con chispa?

Como dije, más allá de si satisfacen o no los criterios antes señalados, pienso que importa mucho más, para especular acerca del "éxito" futuro de cualquier neologismo, las actitudes que los demás miembros de la comunidad lingüística desarrollan hacia dichas innovaciones (cuestión planteada por Labov, Weinreich y Herzog ya en 1968). En este caso es una actitud lingüística (hacia un hecho de lenguaje) pero es sabido que las actitudes lingüísticas casi nunca tiene que ver con el lenguaje en sí, sino más bien con los hablantes y lo que estos representan socialmente.

Y esta es la razón por la que le apuesto a chispeza y no a ileal. Por un lado, ileal viene de la mano de un personaje que no despierta simpatía universal, quizá por representar varios estereotipos sociales negativos (en una sociedad clasista y racista como la chilena, el futbolista que exuda pobreza de cuna, "flaite" y de apellido mapuche). y que además hizo su innovación en un contexto que no despertaba ya demasiada simpatía (un reality show). Por el otro lado, chispeza tiene detrás suyo a una figura devenida en héroe nacional, que representa muchos ideales de la sociedad chilena (valentía, garra, esfuerzo, etc.), y que además tuvo por contexto un mundial de fútbol masculino en que el equipo chileno dejó una imagen muy positiva.

El imaginario social acerca de cada uno de estos innovadores lingüísticos, entonces, motivará actitudes de signo distinto hacia sus respectivos neologismos (simplificando: actitud positiva hacia chispeza, incluyendo candidatura al DRAE; actitud negativa hacia ileal), lo cual, finalmente, creo que podría llevar a distintos destinos para estos presuntos palabros. Pero habrá que esperar un tiempo para ver el resultado, que con el cambio lingüístico nunca se sabe.

domingo, 14 de diciembre de 2014

El coa en campaña sobre Ley Emilia

El Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones chileno impulsa una nueva campaña (en periódicos y televisión) para advertir sobre los peligros de manejar en estado de ebriedad. Como parece que el respeto por la vida del otro no es argumento convincente, esta campaña se enfoca en la principal consecuencia para el que comete el delito: la cárcel. Y, curiosamente, de toda la complejidad del mundo carcelario, la campaña se enfoca en el lenguaje, en el "coa", la jerga carcelaria chilena.

Esta es la versión audiovisual (nótese que le ponen subtítulos al sujeto, porque si no parece que no se entendería lo que dice):


En el The Clinic del 11 de diciembre de 2014, pág. 61, aparece en aviso a página completa una especie de diccionario (ilustrado) titulado "Canapedia: la enciclopedia del encierro" (emulando la Wikipedia, claro), en que se listan 27 expresiones caneras.

El eslógan es: "Entender que no tienes que manejar con alcohol, es mejor que entender todo esto". Y luego: "Con la Ley Emilia, mínimo un año de cárcel efectiva por manejar ebrio y causar lesiones gravísimas o muerte".

El coa, en esta campaña, sirve como elemento indexical (como diría Michael Silverstein) respecto de los delincuentes encarcelados. Por otra parte, lo que el Ministerio desea resaltar es, precisamente, la diferencia, la distancia entre el lenguaje "común" y aquel utilizado por los presos, distancia tan grande que implicaría un difícil o imposible proceso de adquisición de una L2 para el conductor infractor. De ahí, creo, la presencia de recursos como los subtítulos y el formato lexicográfico, que normalmente se usan como herramientas de "traducción". El coa sería otra lengua, y no un mero español relexificado en ciertos campos conceptuales (y no siempre relexificado a partir de innovaciones ab ovo, en todo caso).

En consecuencia, la diferencia lingüística aquí está hiperbolizada para destacar la diferencia entre el mundo "normal" y el "submundo" de los delincuentes. Sin embargo, creo que cualquier chileno con algo de calle podrá entender qué quiere decir que a alguien le digan "chiporro" en la cárcel o qué significa "andar con la roca" o "decir la posta".

La dificultad del proceso de adquisición lingüística del coa sería tan grande, según los autores de esta campaña, que mejor cuidarse de manejar ebrio, porque peor sería tener que aprender y hablar coa (y el atropellado, qué importa).

Primer Congreso Latinoamericano de Glotopolítica