martes, 31 de marzo de 2015

Diccionarios y Academia en Chile (segunda parte)

En este posteo (acá se puede ver el anterior) continúo la revisión histórica de la relación entre diccionarios y Academia en el contexto hispanohablante chileno. Adelanto que estoy preparando el terreno para llamar la atención sobre la necesidad de que la lexicografía académica chilena se renueve, a lo cual me dedicaré en la tercera (próxima y última) parte.

Los primeros diccionarios del español de Chile han sido bien descritos por Alfredo Matus en su propuesta de periodización de la lexicografía chilena, publicada en 1994. Los diccionarios de Zorobabel Rodríguez y Camilo Ortúzar reflejan muy bien lo que Matus llama el carácter “precientífico” del primer periodo, determinado principalmente por la actitud normativa y la autoría individual, junto con la condición complementaria respecto del diccionario de la Real Academia Española. Recién en Voces usadas en Chile de Aníbal Echeverría y Reyes, de 1900, asoman los primeros indicios de una actitud un poco más descriptiva y de interés genuinamente científico por las peculiaridades del habla local, aunque sin dejar de concentrarse exclusivamente en lo que diferencia a Chile del modelo castellano codificado en el diccionario de la RAE. Echeverría y Reyes no dejó de hacer valoraciones normativas respecto del léxico chileno. El descriptivismo incipiente de Echeverría y Reyes se explica en buena medida por la influencia intelectual de Rodolfo Lenz, el filólogo alemán llegado a Chile en la última década del XIX (en este artículo estudio un poco más la relación entre Echeverría y Lenz, a través de las cartas que el primero le envió al segundo).
Lenz y Federico Hanssen fueron los introductores de la lingüística científica en Chile. Lenz, quien en 1924 sería elegido miembro honorario de la Academia Chilena de la Lengua (en reemplazo del difunto Hanssen), manifestó públicamente su extrañeza ante el uso que se daba a los diccionarios en Chile, y en general en el mundo hispanohablante:

Es un hecho curioso que en Alemania nunca había visto que un hombre culto, a no ser que fuera un filólogo germanista, consultara un diccionario de la lengua alemana. Existen varios, aun muy grandes, pero no son obras populares. Me chocó, por consiguiente, cuando al llegar a Chile veía que en la oficina del Instituto pedagógico había un Diccionario de la lengua castellana, naturalmente de la Real academia, que era consultado con frecuencia por los empleados y los profesores chilenos. ¿Qué buscaban ahí? A veces no era más que la correcta ortografía; pero otras veces se trataba de discusiones sobre la cuestión de si tal palabra era buena, castiza, o si era un «vicio de lenguaje», porque no aparecía en el Diccionario oficial. La única razón plausible para consultar un diccionario de la lengua patria, según mi opinión, sería que en la lectura de algún libro, sea novela u obra científica de cualquier especie, se encontrase una palabra cuyo significado no se comprenda bien. (Problemas del diccionario castellano en América, 1926, pág.  9)

Lenz, además de redactar su Diccionario etimológico de las voces chilenas derivadas de lenguasindígenas, también impulsó la idea de emprender el capítulo chileno de un proyecto de Diccionario del habla popular que se desarrollaba entonces (por la década de 1920) bajo la dirección del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires. La idea de Lenz (el Diccionario del habla popular chilena), lamentablemente, nunca llegó a concretarse.
El filólogo alemán, en cualquier caso, fue un pájaro raro en el medio chileno de la época. Durante la primera mitad del siglo XX, seguirían proliferando los diccionarios diferenciales y de orientación normativa, y la Academia Chilena, de forma institucional o, preferentemente, a través de sus individuos, seguiría concentrada en colaborar con el diccionario que se redactaba desde Madrid. El muchas veces editado Diccionario de la lengua castellana de Rodolfo Oroz, publicado por primera vez en la década de 1940, podría considerarse el primer diccionario integral hecho en Chile, pero en realidad es una especie de copia mecánica del diccionario de la RAE con la adición de muchos chilenismos y americanismos. No subyace a esta obra una reflexión teórica ni una metodología que permita asemejarlo a diccionarios integrales como los que se desarrollarían mucho más tarde en otros países.
Tan solo en 1978 la Academia Chilena publicó su primer diccionario institucional, el Diccionario del habla chilena. Alfredo Matus incluye esta obra en el periodo de transición de la lexicografía chilena, pues tiene varias diferencias importantes respecto de los diccionarios anteriores: el foco se desplaza desde la prescripción a la descripción; la autoría es colectiva y no individual; el equipo de trabajo es integrado, en parte, por profesionales del estudio científico del lenguaje. Nuevamente, sin embargo, nos encontramos con un diccionario que tiene como principal objetivo recoger léxico chileno que no se encuentra registrado en el diccionario de la RAE.
Desde fines de la década de 1990, la Academia Chilena emprendió un nuevo proyecto lexicográfico, el Diccionario de uso del español de Chile (DUECh), cuya versión final se publicaría el 2010, con ocasión de la celebración del Bicentenario, y en el cual tuve la oportunidad de trabajar coordinando el equipo de lexicógrafos. Este diccionario puede ser incluido dentro de la etapa científica de la lexicografía chilena, según la periodización de Alfredo Matus. Es el primer diccionario de la Academia Chilena de la Lengua que, además de adoptar una postura descriptiva y de tener autoría colectiva, parte de una teoría y metodología lexicográficas renovadas y acordes con los desarrollos que la disciplina había experimentado durante las últimas tres décadas del siglo XX. Cabe destacar, sin embargo, que en Chile el Diccionario ejemplificado de chilenismos, de Félix Morales Pettorino y su equipo (cuyos primeros tomos son de la década de 1980), tiene el mérito de haber sido el primer ejemplo de esta nueva manera de hacer diccionarios, el primer diccionario científico del español de Chile.
No obstante, tanto el DUECh de la Academia Chilena de la Lengua como el diccionario de Morales Pettorino continúan la tendencia diferencial que ha caracterizado a la lexicografía chilena desde sus inicios en el siglo XIX. Morales Pettorino sigue usando como parámetro de contrastividad el diccionario de la Real Academia Española; el DUECh añade a este el Diccionario del español actual de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, junto con los corpus académicos CREA y CORDE, y buscadores informáticos como Google. Sigue subyacente la suposición de que lo interesante del español de Chile es lo que lo diferencia respecto del léxico general “panhispánico”. En el caso del DUECh, si se ponen lado a lado el título (Diccionario de uso del español de Chile) y la naturaleza exclusivamente diferencial del léxico incluido, podría desencadenarse una desafortunada implicatura: que el léxico del español de Chile se reduce a lo que tiene de distinto respecto del léxico general.
En el próximo posteo, argumentaré que esto, según mi parecer (en el que sigo a otros, claro), no le hace justicia a lo que exige una lexicografía moderna. Veremos, entonces, por qué es necesario superar la perspectiva diferencial predominante en la lexicografía chilena, y qué podría hacerse en el futuro en el seno de la Academia.
[Continuará...]

martes, 24 de marzo de 2015

Diccionarios y Academia en Chile (primera parte)

En el marco del proyecto de investigación que acabo de comenzar (FONDECYT Regular 1150127 "Ideas lingüísticas en los debates sobre léxico y ortografía en Chile (1875-1927)"), dos temas van a ser recurrentes, por su importancia en la formación o reproducción de las ideas lingüísticas en el medio cultural chileno de la época: los diccionarios y la Academia Chilena de la Lengua.

Ambos son y han sido vectores de representaciones sociales específicas acerca de la lengua española, representaciones vinculadas a los intereses particulares o institucionales de sus autores (en el caso de los diccionarios) o integrantes (en el caso de la academia), que muchas veces eran los mismos sujetos. A diferencia de lo ocurrido con la creación de la Real Academia Española en 1713, cuando se fundó la Academia Chilena de la Lengua, en 1885, no hubo iniciativas de asumir como tarea corporativa la elaboración de un diccionario propio. La mayoría de los diccionarios americanos de esa época eran escritos por individuos, no por instituciones.

Un buen ejemplo es el Diccionario de chilenismos de Zorobabel Rodríguez, de 1875. Rodríguez se contaba entre los miembros fundadores de la Academia Chilena y en el momento en que se crea esta institución, dicha obra ya gozaba de amplia fama. El diccionario de Rodríguez, igualmente, ilustra perfectamente el hecho de que la lexicografía americana de la época era normalmente subsidiaria de la lexicografía académica madrileña. La finalidad típica de un diccionario americano del XIX era contribuir directa o indirectamente al perfeccionamiento del diccionario “oficial” (el de la RAE), y así lo asumió la mayoría de los primeros académicos americanos.

También los académicos españoles asignaban este propósito (entre otros) a la fundación de academias correspondientes americanas. En una comunicación confidencial dirigida al director de la Real Academia Española (y conservada hasta hoy en el archivo de esta institución), fechada el 8 de julio de 1885, el Ministro Residente en Chile informa sobre la segunda sesión de la Academia Chilena y señala:

También se trató en dicha sesión de los trabajos a que próximamente debería dedicarse la nueva Academia, indicándose como preferente el dar a conocer a la Corporación Española los modismos y frases usados en Chile, valiéndose al efecto del Diccionario de Chilenismos, de que es autor Don Zorobabel Rodríguez.

Andrés Bello, el primer correspondiente en Chile de la Real Academia Española, tampoco se había propuesto hacer un diccionario, sino que, además de sus conocidos trabajos gramaticales  y literarios, más bien se dedicó a la crítica lexicográfica (como puede verse en este trabajo de Francisco J. Pérez). Bello destinó sus esfuerzos sobre todo a hacer sugerencias para el mejoramiento de los grandes diccionarios normativos de la lengua española, fueran institucionales (Real Academia Española) o de autor (Rafael M. Baralt), así como también de repertorios lexicográficos locales, tales como las Correcciones lexigráficas de Valentín Gormaz, de 1860.

En la crítica de Bello a Gormaz puede verse su “horizonte de expectativas” respecto de la lexicografía hispanoamericana, es decir, qué función pensaba que debía cumplir un diccionario local. Esta función, para Bello, era la de identificar y criticar las “voces y frases impropias de que está plagado entre nosotros el castellano”. Por otra parte, Bello asignaba al diccionario de la RAE la función de describir y determinar el “buen uso” (sus críticas se dirigían precisamente al cumplimiento ineficiente de esta función).

En 1866, casi dos décadas antes de la fundación de la Academia Chilena, Ramón Sotomayor Valdés, quien más tarde sería también miembro de esta institución, había hecho una propuesta lexicográfica de envergadura en su discurso de ingreso a la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile.

Varios aspectos de las ideas de Sotomayor (que analizo con más detalle acá) anuncian el clima de opinión en que se fundará años más tarde la Academia Chilena. Sotomayor, en primer lugar, creía que la agencia del cultivo del idioma en Hispanoamérica debía estar en manos de los locales, o al menos estos debían también participar activamente, pues los extranjeros (se refiere a los españoles) habitualmente “ni siquiera se han rozado con nuestras sociedades” y, en consecuencia, no son capaces de “fijar el sentido jenuino de muchos vocablos, i de comprobar su uso autorizado” en el ámbito americano, ni tampoco de “colectar todas las voces verdaderamente usuales i dignas de figurar en el diccionario de una nación”.

En segundo lugar, Sotomayor defendía que la planificación lingüística no podía hacerse a título individual, sino que debía ser una tarea institucional, realizada a través de “cuerpos colejiados que son el resúmen i la síntesis del progreso intelectual de nuestras sociedades”. La concreción de esta participación americana e institucional en la planificación lingüística, propone Sotomayor, debe hacerse a través de la formación de un diccionario hispanoamericano, un “principio de autoridad” que presente “en un cuerpo ordenado i fácil de consultar ese enjambre de voces que, como abejas sin colmena, vagan a la aventura i a merced del capricho de las circunstancias”.

A pesar de que Sotomayor parece hacer un gesto reivindicativo del protagonismo americano en los destinos de la lengua, de cualquier modo concibe este “diccionario hispanoamericano” como un complemento del diccionario de la RAE. Sin embargo, debe destacarse que, según puede inferirse (pues Sotomayor no entra en detalles), este diccionario no sería una obra “diferencial”, dedicada a denunciar solo los “errores y vicios” idiomáticos de los americanos, sino algo más parecido a un diccionario “integral”, que describiría la lengua española tal como era usada por los cultos de América, en su integridad (siguiendo el modelo de Noah Webster en los Estados Unidos). Tarea ingente, sin duda, que probablemente por lo mismo quedó en un mero proyecto.

[Continuará...]

lunes, 16 de marzo de 2015

Ideas lingüísticas en Chile, 1875-1927: presentación de una investigación

Hoy empiezo un nuevo proyecto de investigación, así que en adelante estaré posteando seguido sobre ideas y novedades relacionadas con el tema. Este primer posteo será un poco árido, cargado a la teoría, pero en los siguientes ya iré mostrando papitas (algunas, resultados de trabajo ya adelantado).

El proyecto se llama "Ideas lingüísticas en los debates sobre léxico y ortografía en Chile (1875-1927)", durará hasta el 2017 y será financiado por FONDECYT (concurso Regular 2015, proyecto 1150127).

Se enmarca en una subdisciplina relativamente nueva: la historiografía lingüística (también conocida como historiografía de la lingüística o historia de las ciencias del lenguaje), que se encarga de estudiar cómo las ideas especializadas acerca del lenguaje se conforman y transmiten en el tiempo y en distintas tradiciones. Sin embargo, a diferencia de la corriente "mainstream" de estos estudios, mi equipo hará uso amplio y central de una herramienta analítica proveniente de la antropología lingüística: la de ideología lingüística. La razón es que pensamos que conviene relativizar la distinción entre "conocimiento" especializado y "saberes" no especializados, y asumir que están dinámicamente interrelacionados. Y, sobre todo, que están atravesados ambos por la naturaleza política del lenguaje, es decir, fuertemente ligados al contexto histórico en que son producidos.

En historiografía lingüística, habitualmente se entiende por idea algo distinto de creencia, pues con el primer término se hace referencia a las ideas aceptadas como válidas y ciertas acerca del lenguaje en determinado momento: el conocimiento científico y "objetivo" aportado por la hoy denominada lingüística. Creencia, mientras tanto, sería una idea "falsa" y "subjetiva", usualmente sostenida por un no especialista. Para nosotros, tan subjetivas y dependientes de la cultura e intereses políticos (es decir, "ideológicas") son las ideas de los especialistas como las de los no especialistas. Entender los sistemas o conjuntos de ideas lingüísticas como ideologías nos permitirá, precisamente, destacar esta manera de ver el problema.

Por otra parte, nos parece sana la consideración de la influencia de la ideología y las actitudes en los discursos "especializados" acerca del lenguaje, pues conlleva una relativización del valor de verdad o neutral que normalmente se atribuye a las descripciones científicas de los lingüistas, y contribuye a cuestionar la visión de la lingüística como una actividad sociopolíticamente aséptica. Como señala John E. Joseph, tanto las concepciones lingüísticas de los legos como las de los especialistas responden a sistemas de creencias más generales. Aún más, estos tipos de concepciones no se encuentran aisladas entre sí: es sabido que las creencias que los no lingüistas tienen hoy acerca del lenguaje suelen provenir de aquellas que los lingüistas de épocas anteriores sostenían y que han quedado obsoletas desde el punto de vista científico (como muestran Wilton y Wochele), de manera que es necesario, para entender la visión popular actual acerca del lenguaje, conocer la de los especialistas de épocas pasadas.

¿Y qué interés podría tener estudiar la historia de las ideas lingüísticas, más allá del que puedan tener los propios lingüistas por la historia de su especialidad? Resulta que su relevancia sobrepasa por mucho el ámbito de la lingüística, pues la historia de las ideas acerca del lenguaje se entremezcla con la historia cultural e intelectual en sentido amplio, en la medida en que dichas ideas forman parte de y se relacionan con imaginarios más amplios que revelan aspectos epistemológicos, morales, políticos y culturales, en general, de las comunidades en que han surgido. Se trata de una oportunidad, entonces, para conocer aún mejor la historia cultural del país.

Con esto, creo, podrá entenderse el espíritu que anima a este nuevo proyecto de investigación.