miércoles, 3 de mayo de 2017

Entrevista en "El Luche" de DiarioUchileTV

Entrevista en "El Luche", programa de DiarioUChileTV conducido por María Olga Matte.

https://www.youtube.com/watch?v=macjCj76DoI&t=312s

miércoles, 29 de marzo de 2017

Género y lenguaje inclusivo

El 2012 la RAE publicó en la prensa española el informe "Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer", que criticaba las recomendaciones de una serie de guías de lenguaje no sexista, con gran repercusión mediática. Dicho informe, firmado por el gramático Ignacio Bosque y representante de la postura oficial de la RAE, sirvió de espaldarazo para muchos opositores al feminismo y a sus reivindicaciones, quienes sintieron que la RAE había "zanjado" el problema. Entre otros puntos discutibles, el informe de la RAE puede cuestionarse por su burda despolitización del asunto y su miope reduccionismo gramatical (véase las págs. 107-108 de este trabajo de José del Valle, y este artículo de Carmen Llamas Sáiz, junto con las referencias citadas en este último texto).

La relevancia política del problema evidentemente supera la competencia de los gramáticos y lingüistas. Los invito a leer esta nota que acaba de aparecer en Prensa UChile en que se recogen opiniones de académicos de la U. de Chile sobre el asunto.

Para profundizar un poco, a continuación comparto las respuestas completas que di a la periodista María Jesús Ibáñez, autora de la nota, a quien agradezco por permitirme reproducirlas acá:
MJI: Desde hace ya tiempo que se ha comenzado a acusar al español como un lenguaje sexista y androcentrista, y en respuesta a ello también ha surgido el llamado “lenguaje inclusivo de género” donde se evita utilizar el masculino genérico, se incluyen duplicados con “las y los”, entre otras modificaciones, con el fin principal de visibilizar a las mujeres. ¿Cómo observa esto, en su caso, desde la lingüística? ¿Es el español un lenguaje sexista?
DR: Primero, tengo que decir que entre los lingüistas y los miembros de las academias de la lengua hay distintas opiniones. Quizá las academias como instituciones tengan una postura oficial (la representada por el gramático Ignacio Bosque de la RAE, quien se opone a las prácticas que me indicas), pero no podría decirse que hay una única opinión en la lingüística. A todo eso, hay que aclarar que la RAE no puede "zanjar" nada al respecto, solo puede expresar una opinión, que los hablantes deberán decidir si tener en cuenta o no.
Las lenguas no existen como entidades por sí solas, en abstracto, y no tienen actitudes ni posturas, de modo que opino que no puede hablarse de "lenguas sexistas o no sexistas". Quienes son sexistas son los hablantes, cuanto incurren en prácticas comunicativas sexistas. Lo único real son los actos y prácticas comunicativas, no las lenguas. Los actos y prácticas comunicativas sexistas pueden darse en cualquier lengua (me imagino, no las conozco todas). Ahora bien, es cierto que el español tiene algunas características gramaticales que favorecen prácticas comunicativas sexistas, como el famoso "masculino genérico". Entre otras lingüistas, María del Carmen Cabezas y Susana Rodríguez han destacado que el uso supuestamente genérico del masculino de hecho favorece una interpretación masculina por excelencia; es decir, no es tan "genérico" ni "inclusivo" como se dice. Pero no es que hablar español en particular te obligue a ser sexista o pensar en general de determinada manera. Sería una muy mala excusa para naturalizar y justificar el sexismo. La responsabilidad no es de las lenguas, sino de los hablantes. Por lo mismo no es un problema puramente gramatical o de la estructura de las lenguas, sino del lenguaje en uso en contextos específicos.

MJI: ¿Es correcto incorporar este lenguaje inclusivo? O, de otra forma, ¿es algo beneficioso que deba incorporarse? 
DR: No tiene nada que ver con si es "correcto" o "incorrecto", desde un punto de vista normativo, porque esta calificación suele ser arbitraria y depende de quién tiene el poder de determinar lo que es correcto. Pienso que no es una pregunta importante. Por otra parte, si te refieres a si es "gramatical", por supuesto que sí lo es. Ahora bien, es una forma de lenguaje relativamente novedosa e introduce cambios en lo tradicional, y por eso mismo hay gente que piensa que atenta contra una supuesta "naturaleza" de la lengua. Pero en realidad es más bien un conservadurismo lo que motiva esa percepción. Ninguna lengua tiene una naturaleza predeterminada ni inmutable. Lo del "genio de la lengua" es un mito.
Creo, más allá de lo anterior, que el lenguaje inclusivo es legítimo, los hablantes pueden practicarlo libremente, y la justificación es, por un lado, simplemente "porque pueden", y por otro lado, porque es beneficioso. Por supuesto que el lenguaje inclusivo no va acabar por sí solo con la discriminación, pero contribuye a visibilizar el problema. Y además ofrece un espacio del que todos disponemos, el lenguaje y la comunicación, para expresar nuestras posturas políticas. Es importante además concientizar de que el lenguaje, en su variación y sus normas, por su naturaleza sociocultural, es un espacio de contienda política, no un mero instrumento comunicativo.

MJI: Este lenguaje inclusivo ha comenzado a permear desde los movimientos civiles y los discursos políticos en diferentes campos. De a poco, este se ha ido incorporando en el ámbito de la academia y, por lo mismo, ha llevado a plantear el debate de si este lenguaje inclusivo de género debe adoptarse en los medios de comunicación o no. ¿Cómo ve esta situación? ¿Son el periodismo y la academia áreas en las que debe permear este lenguaje? ¿Por qué?
DR: Si se trata de visibilizar, por supuesto que la prensa es un espacio importante, más que la academia. En general la esferas comunicativas del ámbito de lo público debieran ser el lugar donde dar la pelea. La escuela es otro lugar importante.  

MJI: Con esto, también han aparecido modificaciones como el “les” en vez de “las” o “los”, o el uso de la palabra “cuerpa” y el “@”. ¿Cómo se observan desde la lingüística estos cambios? 
DR: Son variantes, algunas más propias de la escritura (como el -@ y la -x: amig@s, amigxs), otras más propias de la oralidad (como la terminación -e en lugar de -o y -a: compañeres), pero no son en absoluto aberraciones, no tienen nada de malo en sí y no "atentan" contra la lengua como a veces se dice. Las variantes van y vienen, siempre van surgiendo novedades en las lenguas, algunas permanecen y otras pasan. A los lingüistas en general estas cosas les causan interés y las estudian seriamente. De hecho son más interesantes todavía por obligar a los lingüistas a replantearse sus presunciones y aparatos conceptuales y descriptivos. [A propósito de esto, véase esta interesante entrevista a Mariel Acosta, realizada por Ernesto Cuba, sobre los morfemas de género inclusivo en publicaciones anarquistas de habla hispana.]
Hay que advertir que a alguien le puede caer mal que una persona diga cuerpa o compañeres, así como le puede caer mal que una persona diga haiga o shala, pero ese alguien tiene que tener bien claro que esto no tiene que ver con lo estrictamente lingüístico: se debe a que le disgusta algo de la condición social (por ejemplo, ser pobre) o de la postura política (ser feminista) de esa persona. No se puede ser caradura y decir que le cae mal "porque está mal dicho" o porque "la RAE dice que es incorrecto" simplemente.

MJI: Quienes buscan incorporar el lenguaje inclusivo sostienen que el género masculino no es neutral y que un cambio en éste permitirá generar cambios culturales o, de la misma forma, los cambios culturales pueden generar cambios en lenguaje. ¿Cuál es su opinión al respecto?
DR: Encuentro que tienen razón, por las razones que expliqué antes, pero teniendo en cuenta, por supuesto, que el cambio cultural pasa por muchas dimensiones, no solamente por la lingüística. En todo caso no le veo mucho sentido a una objeción típica al lenguaje inclusiva, que dice que "como no se va a hacer cambio cultural solo con lenguaje inclusivo, entonces este no sirve de nada". Me parece que esta práctica sí es una pieza relevante del cambio, en la medida en que confluya con muchas otras medidas e iniciativas.

martes, 23 de agosto de 2016

¿Cómo conocer el pasado de las lenguas? A propósito del libro "Letras del desierto" de Tania Avilés


¿Cómo conocer el pasado de las lenguas? A propósito del libro Letras del desierto de Tania Avilés



En mi intervención, quiero simplemente destacar cuál es el aporte que este libro de Tania Avilés (1) ofrece al estudio de la historia de las variedades chilenas de la lengua española, que considero una parte muy relevante del estudio de la historia cultural del país.

Hacer historiografía de las lenguas se dificulta considerablemente por el problema de que no disponemos sino de atisbos imperfectos y destellos caprichosos provenientes del lenguaje del pasado. A los historiadores de las lenguas nos interesa llegar a la oralidad, al habla cotidiana, porque suponemos que ahí es donde las lenguas están vivas, en su estado natural de variación y cambio en curso. La palabra escrita de épocas pasadas abunda, es cierto, pero la oralidad de nuestros antepasados se nos escapa como la tortuga a Aquiles. 

William Labov, uno de los padres de la sociolingüística moderna, definía la lingüística histórica como “el arte de hacer el mejor uso posible de datos deficientes” (2). Y de hecho Labov le puso un nombre a nuestro escollo: la paradoja histórica. Antes él mismo había hablado de la paradoja del observador, que consiste en que el lingüista, al querer observar cómo alguien habla espontáneamente, auténticamente, por su mera presencia observadora perturba la espontaneidad y autenticidad de las formas de hablar de ese alguien. El ingenio y la tecnología han permitido superar o mitigar al menos los efectos de esta paradoja del observador en los estudios que se ocupan de cómo es el lenguaje hoy. Pero en el caso de la historia de las lenguas, la tecnología no está todavía suficientemente avanzada como para salvar el problema, y no lo va a estar hasta que sea posible el viaje temporal hacia el pasado.

Decía que la palabra escrita de épocas pasadas abunda, y es cosa de asomarse a los archivos históricos para darse cuenta de ello. El problema es que la palabra escrita no es sino un reflejo muy imperfecto de la oralidad. Hoy tenemos situaciones de comunicación en que lo oral y lo escrito confluyen, como el WhatsApp, que es básicamente lenguaje oral puesto en un medio escrito. Pero en la América colonial, e incluso en la época de la independencia, la escritura era dominada por muy pocos, y, lo más importante, su uso conllevaba normalmente el apego a tradiciones discursivas relativamente rígidas que motivaban el uso de formas lingüísticas que probablemente no eran las comunes en la oralidad de quienes escribían. Es decir, son raras las ocasiones en que la escritura del pasado refleja, siquiera aproximadamente, la oralidad.

El lingüista Wulf Oesterreicher se preguntaba: “¿Cómo es posible encontrar información sobre formas y variedades lingüísticas que, por definición, son ajenas a la lengua escrita y al medio gráfico? ¿cómo llegar a conocer usos lingüísticos propios del ámbito de la inmediatez, es decir, que corresponden a las variedades más o menos cercanas a la lengua hablada en sentido amplio? [...] Para los siglos pasados es inevitable aceptar incertidumbres, lagunas, y ‘espacios en blanco’ en nuestro conocimiento de las variedades que funcionan en el ámbito de la extrema inmediatez comunicativa. Debemos contentarnos en este campo con los disiecta membra de la oralidad que nos ofrecen los textos escritos” (3).

Para encontrar esos disiecta membra de la oralidad a los que se refiere Oesterreicher hay que hacer una búsqueda muy cuidadosa entre los textos escritos del pasado. Una primera aproximación a la oralidad nos la pueden ofrecer los autores literarios que intentan reproducir en sus obras el lenguaje de grupos no educados, como sucede en Alberto Blest Gana o Baldomero Lillo, por ejemplo. En este mismo sentido, nos podrían servir los pasajes correspondientes a discurso directo que hay a veces en la relación autobiográfica de la monja chilena Úrsula Suárez.

Pero el problema es que estos pasajes, que tienen su valor, claro, no pueden considerarse datos primarios, porque han pasado por el filtro del autor que impone estilizaciones y a veces caricaturas. Y qué decir de los testimonios de los gramáticos y diccionaristas de épocas pasadas, que pueden ofrecernos algunos datos valiosos tanto acerca de los usos como acerca de las valoraciones sociales de las formas de hablar, pero que siempre presentan descripciones parciales y, dependiendo del momento del que estemos hablando, más o menos inexactas.

Si nos ponemos exquisitos, lo que deberíamos usar como fuentes primarias de la lingüística histórica y como piedra de toque de nuestras especulaciones son los documentos escritos de puño y letra por las propias personas cuyo lenguaje queremos estudiar. Y dentro de estos, ojalá se trate de documentos de la esfera privada, tales como cartas familiares, donde podamos suponer que esa persona está usando un lenguaje lo más similar posible al que usa en la oralidad. Finalmente, nos encontraríamos con una verdadera joya si, además de todo lo anterior, resulta que el que escribe no ha tenido un entrenamiento escritural acabado, sino que más bien maneja a duras penas las convenciones de escritura, ortográficas o estilísticas, de manera que los modelos normativos del “buen hablar” no influyen de modo significativo en lo que pone en el papel.

En la sociolingüística histórica, y siguiendo al historiador holandés Jacques Presser, a este tipo de testimonios se los conoce como “documentos ego”, y se han transformado en la niña bonita de la disciplina (4). En los estudios sobre la historia del inglés o del neerlandés, por ejemplo, ya se han fabricado importantes corpus compuestos exclusivamente por este tipo de documentos. En el caso de la historiografía de la lengua española, todavía estamos en pañales respecto de estos avances.

A pesar de todo el valor que tienen, los documentos ego conllevan igualmente una parcialidad. El archivo histórico de que disponemos hoy tiende a reflejar solo a una parte de la sociedad y a invisibilizar a las demás partes. Es un archivo que discrimina, en el sentido de que en él quedan registradas las huellas de decisiones que han implicado determinar un valor superior para la palabra de unos, que ha quedado resguardada, por sobre la de otros, cuyas palabras, y por extensión su misma existencia, no merecieron la misma apreciación. Aún más, el hecho mismo de que solo podamos llegar a conocer el lenguaje de aquellos que escribían deja fuera de la historia observable por nosotros a una inmensa mayoría de los hablantes del pasado.

El corpus de cartas de obreros pampinos, que ha sido recogido con criterio selectivo, editado con rigurosidad filológica y estudiado de forma preliminar pero sugerente por Tania Avilés en su libro Letras del desierto, según mi opinión, tiene el gran mérito de ser el primer hito de un avance significativo en la historiografía de las variedades chilenas de la lengua española. La documentación chilena conservada, editada y estudiada hasta hoy, sea de la época colonial o de la época independiente, corresponde en su gran mayoría a una ingente masa de documentos oficiales, judiciales o literarios, que no son de gran utilidad desde el punto de vista de los objetivos de la sociolingüística histórica (aunque sí lo son para el conocimiento de la historia de las tradiciones verbales cultas, eso no se puede negar). Junto a lo anterior, existe una serie de epistolarios (como el de sor Dolores Peña y Lillo o el de Julio Bañados Espinosa), crónicas y otros tipos de textos que se acercan a las características de los documentos ego, pero que fueron escritos principalmente por sujetos pertenecientes a las élites, tales como generales, políticos de alto perfil, o monjas, que representan a algunos de los sectores más educados de la sociedad chilena.

Aunque en los documentos que acabamos de mencionar aparecen a veces rasgos que pueden considerarse huellas de oralidad, se dan con muy poca frecuencia (impidiendo así un estudio verdaderamente sociolingüístico) y, lo que considero más importante, no permiten realmente aproximarnos al ideal de hacer una historiografía de la lengua desde abajo, es decir, una historiografía que se aproxime, en la medida en que sea posible, a los hábitos lingüísticos y comunicativos de las capas medias y bajas de la sociedad, que podemos suponer determinan en gran medida las vicisitudes del cambio lingüístico.

El conjunto de cartas escogidas por Tania Avilés para su estudio, en este sentido, es excepcional, y constituye por ahora la mejor evidencia primaria con que contamos para el conocimiento de las variedades chilenas de la lengua española de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Esta evidencia aparece acá en el escenario de la pampa salitrera, claro, pero no hay que olvidar que las formas de lenguaje que contiene representan las variedades llevadas allá por sujetos provenientes principalmente de la zona central de Chile, y que quizá pasaron allá en el norte por procesos de nivelación dialectal, tal como probablemente ha pasado muchas veces, antes y después, en nuestra historia de obreros y temporeros migrantes. Lo que quiero decir es que no se puede reducir su representatividad a la zona de la pampa salitrera; se trata en realidad de una ventana (más o menos prístina) que ofrece una vista inmejorable al pasado reciente de todos los hispanohablantes chilenos.


NOTAS

(1) Tania Avilés (edición y estudio), Letras del desierto: edición de un corpus epistolar para su estudio lingüístico, Región de Tarapacá, Chile, 1883-1937, Santiago, Editorial Cuarto Propio, 2016, ISBN 978-956-260-795-7. El presente texto fue leído en la presentación del libro, realizada el 22 de agosto de 2016 en la Academia Chilena de la Lengua, Instituto de Chile, Santiago.

(2) William Labov, Principios del cambio lingüístico, Vol. 1: Factores internos, Tomo I, Madrid: Gredos, 1996.

(3) Wulf Oesterreicher, “Textos entre inmediatez y distancia comunicativas. El problema de lo hablado escrito en el Siglo de Oro”, en Rafael Cano (coord.), Historia de la lengua española, pp. 729-770, 2.ª ed., Barcelona: Ariel, 2005.

(4) Marijke van der Wal y Gijsbert Ruten, “Ego-documents in a historical-sociolinguistic perspective”, en Marijke van der Wal y Gijsbert Ruten (eds.), Touching the Past: Studies in the historical sociolinguistics of ego-documents,  pp. 1-17, Amsterdam/Philadelphia: John Benjamins, 2013.

jueves, 28 de julio de 2016

El origen de cachar (y de ¿cachái?)

El verbo cachar y la partícula discursiva ¿cachái? son emblemas del habla chilena coloquial, en el sentido de que afloran fácilmente en la conciencia de los propios hablantes, para quienes son palabras "típicamente chilenas", lo cual puede desencadenar actitudes negativas o positivas.

Según el Diccionario de uso del español de Chile (DUECh), de la Academia Chilena de la Lengua, cachar puede significar ‘percibir con la visión o el oído’ ("caché que había alguien afuera"), ‘conocer, saber’ ("ella cacha mucho de arte"), ‘comprender’ ("ya caché lo que quiso decir") o ‘suponer’ ("yo cacho que sí, pero no estoy seguro").

Por su parte, la partícula discursiva ¿cachái? (con sus variantes ¿cachái o no? y ¿me cachái?) sirve básicamente para comprobar que se tiene la atención de quien escucha y que este, retóricamente, "confirme, ratifique o acepte lo dicho o lo que el hablante le pide". O sea, su función en el discurso está muy vinculada con el significado de 'comprender' que tiene el verbo del cual proviene. De entre las partículas que cumplen este propósito, ¿cachái? parece ser de las más comunes y usada preferentemente (pero no de manera exclusiva) por hombres jóvenes.

El diccionario de la Real Academia Española le atribuye a cachar origen inglés: vendría de to catch, ‘coger, atrapar’ (lo mismo dice el DUECh de la Academia Chilena). Sin embargo, el lingüista Johan Gille (siguiendo una propuesta hecha por Rodolfo Lenz a comienzos del siglo XX) ha defendido recientemente una explicación alternativa: se derivaría de catar, en su variante americana catear, lo que a su vez se remonta al latín captare.

Es muy normal que verbos que significan ‘tomar, coger, físicamente’ cambien su sentido a alguna variante de ‘percibir con los sentidos o el intelecto’. El vocablo latino captare, frecuentativo de capere ‘coger’, pasó precisamente por ese cambio de significado el transformarse en catar o catear y más tarde en cachar.

Lo más interesante es que Gille muestra citas de mediados del siglo 19 y de la primera mitad del 20 que muestran que había hispanohablantes chilenos que decían catear (y no catar) y que lo usaban con un sentido muy similar a nuestro actual cachar: “Catió al tiro que llegaba tarde”. El cambio de pronunciación catiar > cachar es plausible, aunque no es regular en los últimos siglos, como sí lo fue en etapas tempranas de la historia del castellano.


Para seguir leyendo:

Gille, Johan. 2015. On the development of the Chilean Spanish discourse marker cachái. Revue Romane 50(1): 3-29.

Mondaca, Lissette, Andres Méndez y Marcela Rivadeneira. 2015. "No es muletilla, es marcador, ¿cachái?": Análisis de la función pragmática del marcador discursivo conversacional cachái en el español de Chile. Literatura y Lingüística 32: 233-258.

Rojas, Darío. 2013. Cachái. En Diccionario de partículas discursivas del españolhttp://www.dpde.es/.

San Martín, Abelardo. 2011. Los marcadores interrogativos de control de contacto en el corpus PRESEEA de Santiago de Chile. Boletín de Filología 46(2): 135-166.